Por
Jimmy Pérez
Los
sectores populares de Venezuela son el alma de sus ciudades, son la fábrica de
sueños en su lucha diaria por concretarse y es el espejo exacto de su gente, la
majestuosidad de los cerros, escaleras y callejones, su diversidad cultural y
distintos matices se presenta en forma de un cuerpo amplio lleno de historias
de vida, realidades diversas donde su fuerza, color y calor humano se
resiste a resignarse ante éste espectáculo dantesco en el que se encuentra
sumida la humanidad, de crisis sanitaria, humanitaria y aun lo más peligroso la
ignorancia; por eso nuestros barrios se encuentran en una circunstancia entre
los que miran atentamente el desarrollo de los acontecimientos y las pocas
oportunidades, otros esperando bajar temprano desde sus casas para ir a toda
prisa a sus puestos de trabajo durante la cuarentena flexible y algunos están
en la búsqueda de rearmar el tejido emprendedor de los barrios aplicando el
conocimiento adquirido de la crisis económica y creando un nuevo modelo de vida
basado fundamentalmente en la sobrevivencia y superación de la dependencia, la
resignación y acostumbramiento. En nuestros barrios se encuentran muchos
jubilados y pensionados casi atrapados en la cuarentena, también está esa
dualidad de roles entre trabajadores - emprendedores que ante el temor de
quedar desempleado y lo insuficiente del salario mínimo buscan soluciones
presupuestarias de manera oportuna para poner el pan sobre la mesa, niños y adolescentes
ante el cierre de las escuelas, bibliotecas, centros deportivos y otros
espacios tratan de escaparse para ir a los techos de sus casas para pasar un
rato y elevar papagayos u otros juegos, y por supuesto las amas de casa
motor de la familia que hace milagros para distribuir la escasez en momentos de
pandemia y crisis económica. En la actualidad, en estas comunidades transitan
por las calles llena de contradicciones y desigualdades, de violencia y
represión como también de mucha hiperinflación, alto costo de la vida y poco
poder adquisitivo pero lo destacable es que ante un panorama difícil en esas
comunidades se puede constatar muchas historias de vida que aún persisten en
una pandemia que atenta lesionar el espíritu de superación y transformación del
barrio donde el sobrevivir “es la única alternativa para superar lo que nos
tocó vivir sin perder los principios”. Históricamente los barrios son los
primeros que sienten los cambios socio-económicos y los que se ven obligados a
transformarse al ritmo que se le impone y en los últimos años se resiste a
tomar el camino de la resignación a pesar de las continuas agresiones que
provienen desde el Poder.
Mi barrio está inmersa en esa
dinámica de transformación y, aunque ahora parece ser que estamos estancados o
que vivimos un proceso involutivo, las relaciones humanas siguen avanzado, pero
echo de menos el ambiente que tenía en mi niñez, cuando se hablaba de temas
polémicos sin caer en la revancha, los vecinos se sentaban en sus puertas los
fines de semana a compartir sus miedos, alegrías y tristezas, de celebrar que
su hijo entró a la universidad o es firmado para ser pelotero como también
regañando al que se desvía del camino, a lo lejos se escucha las legendarias
canciones de la Fania, Adolescentes, Tito Rojas y Frankie Ruiz con su cometa
volando en su anhelada libertad, la frase de nuestros abuelos “donde comen
dos comen tres” y nos enseñaban “aguantar la pela” en circunstancias
de injusticias y no andar de víctima, pero si en defender nuestros derechos de
manera inteligente, nuestros abuelos nos enseñaban a transitar por el camino
largo y nos alertaban siempre, con hechos, sobre el peligro de andar por el
camino fácil, pero se hacía comunidad a pesar del entorno violento en el
encierro entre rejas y muros, se practica la hermandad a pesar de haber nacido
de diferentes madres, y los panitas de la zona jugaban pelotica de goma en las
escaleras o en las calles esperando la temporada de béisbol jugando a ser
Galarraga, Luis Sojo, Melvin Mora, Luis Raven, Oswaldo Guillen o cualquier
pelotero. Nuestros abuelos nos relataban del cómo se fueron levantando las
casas de nuestras comunidades para hacer nuevas construcciones, ahí se fue
conociendo el término de placa o platabanda, siendo parte de las miles de historia
familiares que en el barrio se desarrollaba, en donde los momentos más
importantes transcurrieron allí en la multifuncional platabanda. Lo peor de
todo es que esa memoria también está desapareciendo con los abuelos que ya no
están y que son los que levantaron esas casas de bloque naranja ladrillo, de
gris cemento en una casi perfecta combinación del verde abundante de los
árboles y cerros de monte. Esta personas que no están en su mayoría provenían
de los llanos, andes y la zona oriental del Estado Miranda, mucho de ellos
fueron personas honestas que trabajaban en el campo para ir a la ciudad con la
idea de que se podía “vivir mejor en la capital”, pero con su tesón
lograron levantar miles de hogares en el que viviera su familia, aunque al
principio sus techos eran de cartón o de zinc y el suelo de tierra, con los
años y mucho trabajo a sus espaldas, consiguieron dignificar y hacer más
habitables esos hogares donde crecieron muchos médicos, enfermeras, maestros,
ingenieros como también muchos venezolanos ejemplo de superación y concreción
de metas alcanzadas.
Esa esencia de barrio que
construyeron nuestros abuelos está en proceso de desaparición; ya solo quedan
sus escaleras construidas, casas y callejones que data de 60 años, lo más
jóvenes no saben el nombre de sus avenidas, calles, escaleras, y menos la
historia que guardan esos sitios de tanto sacrificio y lucha. También pasaron a
la historia el Bárbaro Rivas y sus pinturas, que eran casi un orgullo del
petareño; y el casco histórico, sus centros culturales e históricos, sus
tradiciones y manifestaciones culturales de lo que había sido esa Petare casi
cuatricentenaria olvidadas y muchas en ruinas, en la actualidad la quieren
tergiversar con un jardín de plástico, consignas huecas y referencias externas que
no son propias del gentilicio petareño.
Tan solo queda la nostalgia de
aquellos que recuerdan las tradiciones de nuestros barrios resistiendo al
cambio radical que ha vivido nuestra Petare en los últimos años. Este 17 de
Febrero del 2021 Petare cumplirá 400 años de historia y es necesario que se
unan las voluntades para destacar la singularidad y su autenticidad de su
combinación entre lo colonial y los cerros lleno de casitas, edificaciones y
sus ranchos en pleno siglo XXI, el valor social de sus barrios profundamente
arraigada, de definida personalidad histórica y multicultural son motivos
suficientes para celebrar y fomentar espacios que construyen la cultura de paz
y la no violencia; en la que reviertan lo que se ha convertido en estos últimos
años en una barriada de las más peligrosas del mundo y de evidentes
desigualdades. Esto ha hecho que muchos vecinos de toda la vida, nietos de esos
abuelos que levantaron el barrio, se tengan que marchar a otras zonas en
búsqueda de otras oportunidades y con ellos se vaya también parte de esa
memoria colectiva.
Ante esa realidad de nueva
normalidad es necesario ir construyendo espacios para el reencuentro que nos
lleve a presentar lo diverso de nuestra cultura que por medio del arte proyecte
todo lo real de nuestros barrios con sentido propositivo, desde un contenido
etimológico donde el territorio, la identidad, su cromatización, su fuerza, su
historia, su arte, su música, su pintura y sus generaciones puedan aportar a
los nuevos tiempos en su continua evolución de la comunicación que fomente el
libre debate de ideas respetando sus tradiciones históricas que superen las
viejas prácticas y falsas ideas, estereotipos y estigmatizaciones.
Nuestro Barrio es por excelencia
el espacio dentro de ese cromo imponente, donde aflora esa solidaridad innata
que se mantuvo oculta por años de transculturización y violencia; en él que
reencuentro de las familias, amigos y vecinos crece en momentos de mucha
dificultad. Quienes han vivido en el barrio saben lo que representa la platabanda,
sus escaleras, sus callejones, la esquina, el plan, la redoma y muchos otros,
mientras algunos pocos utilizan esos espacios para conectar con la muerte, la
mayoría trata en reconectar con los sueños y los sentimientos nobles, en el que
celebrar y compartir sea lo cotidiano en esos espacios, donde se ama, se llora,
se estudia, se sueña, se juega dominó, papagayos y carnaval, donde se hace una
parrilla y también un sancocho con una cerveza bien fría resultado de meses de
trabajo esclavizante, donde se baila en los quince años o en el matiné, donde
se da el feliz año nuevo y se manifiesta el milagro de las segundas
oportunidades, donde se manifiesta el venezolano. Ese es el código que conecta
con la familia y rompe la intolerancia que por años se nos ha sembrado.
Jimmy Pérez
Co-Coordinador Zona de Descarga
Blogger https://zonadedescargajfr.blogspot.com/
Twitter @ZonaD_Descarga
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